Hace tres meses empecé un curso de escritura creativa a distancia. No puede haber mejor momento para aprender a distancia, que ahora en la pandemia. Si tiene un idioma por aprender, un libro por escribir, un curso por dictar, o un sueño detenido, es el momento de darle llama a ese impulso. Solo con dedicarle una hora al día, a cualquier práctica, en cuestión de dos años, tenemos formada una especialización propia. En mi caso, la escritura no es un antojo de hace dos, ni diez años. Es un deseo que se apropió de mí desde la infancia. Mis padres escondían en Navidad cuentos infantiles debajo de mi cama, y al despertar, yo encontraba a mis pies, la alfombra mágica para volar a los lugares más fantásticos. Así descubrí el gusto por la lectura y más adelante en mi adolescencia, mi profunda admiración por la escritura.
Mis sueños, como los de toda mi familia, tomaron un giro inesperado un 22 de diciembre de 1978, con la muerte súbita y temprana de mi padre en la ciudad de Cali. Con apenas trece años, engaveté sin saberlo el sueño de escribir. Me convertí en la verdadera “Isla Misteriosa”. Encapotada por nubes de silencios mayúsculos. Sumergida entre criaturas cíclopes, batallando apenas con un arpón, para sobrevivir la ausencia de un padre aventurero y amoroso. Mi corazón también botaba fuegos de ira. Estaba devastada. El sentimiento de vulnerabilidad ya estaba sembrado. Quería estudiar literatura, pero me inquietaba el futuro impreciso y solitario de los artistas. Así que en el momento de elegir una carrera, me enfoqué por el camino de la Comunicación Social. Una profesión que me permitiría escribir crónicas, ensayos, reportajes, entrevistas y guiones de todo tipo. Agradezco infinitamente mi buen olfato y el apoyo inquebrantable de mi madre, que hizo todas las peripecias económicas posibles, para darme la posibilidad de estudiar en Bogotá. Una capital en ese momento, lejana e inhóspita, que me arropó con su ruana de fríos.
Las matemáticas nunca fueron mi fuerte, pero si miro en retrospectiva, todos mis trabajos han estado relacionados con el mercadeo, la tecnología y las ventas. He navegado entre números y los he convertido en mis grandes amigos. En lugar de tenerle miedo a mis incompetencias, me propuse sacar provecho de mi perfil humanista, para conocer mejor a los clientes, sus hábitos, sus gustos y sus expectativas. Hoy puedo decir con mucha satisfacción, que he logrado silenciar al bufón burlesco, que se relame de felicidad cuando no puedo multiplicar sin calculadora. Esas zonas oscuras de mi personalidad, se fueron iluminando poco a poco de confianza.
Pero los sueños son tercos y buscan siempre el momento propicio para ubicarse de nuevo frente a nuestros ojos ciegos. Aparecen como señales fugaces a través de personas, eventos inesperados y hasta letras de canciones que dejan su mensaje inconsciente. Conocí a una persona, que me llevó a otra y esa otra me habló de su hermana que es “partera de libros”. Me causó mucha curiosidad el término y empecé a recoger pistas, como Hansel y Gretel, encontrando guijarros en el camino. Así se fueron confabulando mágicamente mis sueños, mis guías y mis designios.
Me prometí a mí misma dejar a un lado el juicio depredador y empecé un curso para confiar en esa llama de creatividad que nos ilumina a todos por igual. El oficio de escribir, como cualquier otro, requiere una cantidad de horas diarias de práctica y ejercicios precisos para invocar las voces que han estado en hibernación. Cada semana, tenemos un encuentro literario con otras valientes anónimas, que al igual que yo, se entregaron al peregrinaje de la escritura. Puedo decir que encontré a la partera perfecta, que me ha permitido, con su cariño y agudeza, sostener en las manos el resultado de mi propio alumbramiento.
No importa la edad que uno tenga, el candil interno siempre bota sus vapores como un botafumeiro. Esos sueños escondidos que empiezan a volverse densos, como una nube de incienso. Ni los dedos de la mano son suficientes para tapar los minúsculos orificios de plata y detener al incendiario volador, que gira sobre nuestras cabezas a toda velocidad, en un riego infinito de esperanza, fe y confianza. No hay manera de detener un mandato que busca la luz. Eso fue lo que sentí el día en que me propuse volver a escribir.
Ilustración de libro Julio Verne
Autor: Liliana González Reyes
Comunicadora Social / Empírica en Marketing / Escritora a ratos
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