Caminar por la ribera del río Cali es una experiencia que me alegra y me reconforta. He vivido por fuera de mi ciudad más de 35 años y la sensación cada vez que la visito es una corriente de emociones turbulentas, casi como el río mismo. Mientras camino, me gusta pasar una mirada generosa y realista por mi ciudad. Por sus detalles, por sus rincones, por sus calles, por sus progresos. Quiero llevarme una bocanada generosa de esta calidez y cordialidad que se vive en Cali.
Me sorprende el crecimiento majestuoso de sus árboles. Reconozco ya ciertos vecinos que salen diariamente a alimentar a los pájaros y ardillas. Caminan en bermudas con su bolsa llena de frutas y empiezan a ubicar estratégicamente sobre las ramas; medio banano aquí, un trozo de papaya allá. Son cuidadores anónimos, que no le cobran a la ciudad ni un peso, y que por el contrario, brindan su valiosa y desinteresada contribución, solo por el gusto de avistar especies únicas.
Hace unos días, vi una aglomeración de personas tomando fotos con sus celulares desde el puente peatonal y pensé lo peor. De pronto algún taxi amarillito se había caído en picada contra las piedras. Me acerqué intrigada y me encontré de frente con una nutria barbuda y lisa mirándome con sus ojos enormes. Se zambullía y nadaba contra corriente, apareciendo mágicamente metros más arriba entre saltos y piruetas. No sobra decir que es la primera y la única nutria viva que he visto nadar en un río natural.
Seguramente este espectáculo se volverá algo regular para los caleños, porque según funcionarios de la CVC (Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca), desde hace varios años se empezaron a reproducir familias completas de este mamífero en la ribera del río. Su retorno después de muchos años de deforestación, es un índice que demuestra el buen estado en que se encuentra el ecosistema que las circunda.
Desafortunadamente, el día de la nutria salí sin mi celular. Dicen que están robando mucho en el Oeste y que las piedras del río están sirviendo como trampolín para que salten ágiles los ladrones de un lado a otro, y se suban presurosos por las lomas de Terrón Colorado. Veo familias enteras lavando en el río sus pertenencias, producto del mendigar y fogatas improvisadas que también alimentan candelas de vicio. La inseguridad, la falta de oportunidades, el precario sistema de salud y la voraz riña por controlar los submundos del hampa, hace tambalear esta ciudad que en su momento, fue ejemplo de civismo y buen portar. Esta cruda realidad también hace parte de mi Cali.
Mientras camino me acompaña silenciosa una brisa cálida que baja directamente desde el Parque Natural Farallones de Cali. Viene atravesando picos y montañas desde el Océano Pacífico. Esa grata liviandad que producen nuestros vientos, es sin duda una marca invisible que tenemos todos los caleños. Es imposible catalogar la brisa como un patrimonio turístico, pero curiosamente todos los visitantes la enaltecen.
Procuro caminar siempre detrás de alguien sin que lo noten. Para los trayectos más largos y solitarios dentro del barrio, escojo seguirle el paso rápido a los deportistas que van acompañados por sus mascotas. Los animales tienen los sentidos exacerbados para percibir cualquier peligro y me transmiten una confianza absoluta. Mientras los sigo por la alameda del río, pienso con enorme gratitud en los avances que ha logrado la Fundación Zoológica de Cali, por convertir esta zona de la ciudad en un verdadero Corredor Ecológico.
Se llega el momento de cruzar el puente de La Portada del Mar, con su enloquecedor bullicio de pitos y polución. Los jeeps de servicio público pasan a gran velocidad por este cruce y se necesitan nervios de acero para atravesar una calle ínfima pero peligrosa. En ese momento siempre busco la compañía de un adulto mayor. Ellos se convierten en un escudo de protección y amparo para detener el tráfico azaroso de buses, motos y camperos, que no respetan las cebras blancas demarcadas en el piso para darle paso a los transeúntes.
A mi modo de ver, esta época de pandemia ha traído nuevos hábitos y dinámicas en la ciudad. A pesar del encierro que nos ha traído este implacable virus, también siento cómo las calles se van llenado de caminantes. Esta crisis ha llegado como una luz de advertencia que nos recuerda, que somos parte activa y no simples visitantes de nuestros territorios. Que los recursos naturales son limitados. Que el cuerpo es solo un vestido efímero. Que este ratico de vida se debe gozar y respetar. Que no saldremos adelante sin unión y solidaridad. Que todo lo que pasa afuera, también puede llegar a tocarnos a nivel pulmonar.
Mi Cali Bella a la altura de La Tertulia - Colombia
Autor: Liliana González Reyes
Comunicadora Social / Empírica en Marketing / Escritora a ratos
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