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“El corrientazo”

Actualizado: 13 jul 2022

- “Me erizé”, le digo a Evelin mostrándole mi brazo desnudo y completamente erizado.

- ¿Por qué? -me pregunta con curiosidad-. Está haciendo un calor infernal.

- Pues no sé, a veces me pasa, es como un corrientazo –le respondo sin dejar de mirar las cajas en el suelo-. No tiene nada que ver con el clima.

- ¿Pero qué te hace erizar usualmente? insiste Evelyn, pasando su mano tibia por los vellos rubios de mi brazo aún en completa rigidez.

- Ni siquiera es algo específico –le digo-. No es como a las personas que les eriza el chirrido de la tiza en el tablero. A mí me pasa de un momento a otro.

- ¿Pero cuándo? dame un ejemplo –pregunta con un asomo de incredulidad-. Como si el acto de erizarse fuera un reflejo calculado, pienso yo.

- Si te respondo ahora, después de haberme tomado casi una caneca de viche, seguramente no vas a entenderme. –le contesto para finalizar el interrogatorio.

- ¡No importa! –me insiste-. Mientras nos terminan de hacer las trenzas y de colocar el turbante, me vas contando.


Es el típico comportamiento de Evelyn, siempre quiere saberlo todo. “No lo hace por chismosa”, le he explicado al resto de mis amigas a manera de disculpa. Es solo su manera de armar el rompecabezas mental de la historia, me imagino. Hay personas que dejan las historias en puntos suspensivos para seguirle dando vueltas después, pero hay otras que simplemente cierran con un punto y aparte.


- ¿Cuándo empezaste a sentir ese corrientazo? – me pregunta Evelyn después de tomar un sorbo del licor artesanal que Maye está sirviendo para sus clientes, seguramente para hacernos olvidar el calor y las filas eternas que hemos tenido que soportar para entrar al Coliseo El Pueblo, donde se está llevando a cabo el Festival de Petronio Álvarez de Cali.

- Tal vez como a los cinco años – le respondo -. Me gustaba quitarle y ponerle a mi tía Carmen Eugenia los anillos en sus dedos. Cada vez que llegaba de visita a la casa, me sentaba junto a ella y en pleno parloteo de chismes con mi mamá, le tomaba su mano izquierda (la izquierda específicamente, porque con la derecha manoteaba y exageraba sus cuentos). Yo empezaba siempre con la misma operación. Quita, pone, quita pone, quita, pone. Eso me erizaba, le digo.

- Qué raro, nunca me ha pasado algo así, responde Evelyn mirándome cada vez más intrigada.

- ¡Pues claro que no! Son pendejadas que me pasan a mí. Por eso te dije que no ibas a entenderme - le respondo con la sensación de haber contado algo muy simple, pero muy íntimo.

- ¿Y te sigue pasando? me pregunta con curiosidad.

- Algunas veces – le respondo -. Cuando Betty la empleada canta en la cocina completamente desentonada, intentado seguir la letra de las canciones del radio, tengo esa misma sensación de incomodidad y placer al mismo tiempo. Me gusta escucharla, pero a la vez me molesta su destemple, y me erizo. Es difícil de explicar. – le digo-.

- Entiendo – me dice Evelyn -. ¿Entonces qué te hizo erizar en este preciso momento? - Por lo que veo no le cuadra ninguna de mis explicaciones con lo sucedido, pienso.

- Mira a ese señor que está arrumando las cajas en el suelo, le digo para que voltee a mirar al hombre alto, moreno y musculoso que está acomodando en una esquina las cajas de cartón.

- Debe ser el esposo de Maye que vende viche- me responde – ¿qué tiene de raro?

- No sé cómo explicarlo. Empecé a mirar cómo bajaba con lentitud las pesadas cajas y las colocaba una encima de la otra. Se inclina muy despacio, apoya la caja con extrema suavidad y retira sus dedos uno a uno, como si estuviera dejando a un niño dormido en la cuna. Lo hace con una delicadeza tan extraña que me hizo erizar – le digo -.

- Tiene su calentura el hombre, ¿no será que te gustó? – me pregunta Evelyn con una carcajada.

- ¿Qué te hace pensar eso? le pregunto con algo de incomodidad.

- No has haz dejado de mirarlo desde que llegó, me dice con una certeza que me hace ruborizar.

- Pues no lo había pensado – le respondo – para terminarle su rompecabezas imaginario.




Suculentas erizadas - Colombia


Autor: Liliana González Reyes

Comunicadora Social / Empírica en Marketing / Escritora a ratos





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