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El Picao

Actualizado: 13 jul 2022

Te encanta asustarme haciendo esos ojos bizcos de loco. Los volteas de un lado para otro como poseído. Te ayudan las gafas con espejuelos gruesos como culo de botella. Con seguridad mi mamá te va a pegar un repelón por esto. No has debido traerme acá.


Estamos los dos escondidos debajo de la casa de Don Isidro mirando hacia arriba por las grietas. Solo pasan unos rayitos de luz entre una madera y otra. El mechero de petróleo bota un humo negro. El olor a bollo humano sube como un volcán en ebullición por nuestras narices.


Me asustan los ojos azules de Don Isidro. Mi mamá dice que está casi ciego por las cataratas, pero que eso es operable. Yo siempre lo veo caminando solo por el monte con su calzoncillo roto y desjetado. Nadie lo acompaña. Y menos cuando está buscando las yerbas resucitadoras.


No necesita ni machete. Va echando en el canasto las raíces que arranca con sus manos negrísimas. Son amarillas y duras por debajo, como la barriga de una tortuga morrocoy. Mastica las yerbas y las vuelve un amasijo caliente para aplicar en la herida.


Siquiera dejé las alpargatas recostadas junto a la estufa de leña. Mañana al menos las alpargatas van a estar tibias y la cabuya como un rejo encorvado. La pantaloneta sí va a estar ensopada por este aguacero. Odio esa sensación helada en las bolas.


El juego preferido de mis primos por la noche siempre es el mismo. “De la Habana viene un barco”. Escuchamos sus risotadas. Seguramente ya llevan varias botellas de aguardiente. Mientras tanto, acá Hortencia canta una espacie de arrullo bajito con chirimía.


En este caserío de San Marcos el único vecino con carro y con winche es mi papá. Lo buscan los encunetados, los machetiaos, los picaos. Es una especie de MacGiver del monte. Saca sus lazos, sus machetes y sus palos, y sale volao.


Este paseo no es para niños dijo mi papá antes de salir a Buenaventura. Van conmigo solo Querubín y Garrincha atrás. Adelante se sienta Hortencia. No voy a montar a todo el corregimiento. Necesitamos espacio para acostar al “picao”.


Te dije que mejor nos quedáramos sacando guarasapos del tanque. Todos piensan que estamos detrás de la casa, pescando batracios con una bolsa. Ni siquiera se imaginan que nos atravesamos la quebrada para espiar al yerbatero.


Me asusta el cuerpo que vemos arriba acostado sobre una sábana blanca. Pega unos estartazos y convulsiona como de película. Don Isidro dice que le pasen la cuchilla para hacerle una “x” en la herida. Me parece curioso que la serpiente tenga el mismo nombre.


Ya no aguanto más. Voy a sacar la pirinola igual que Jainer, que también se orina todos los días debajo de esta casa. En lugar de coger pal`monte y dejar sus plastas debajo de alguna piedra tapada con hojas, como hacemos nosotros.


Este hombre está “mal dormido”. Necesita caldo de gallina culeca. Y escuchamos los pasos rápidos de Hortencia bajando las escaleras. Estamos escondidos justo en el ponedero. Corramos antes de que preparen sopa con nosotros.


Clemencia se carcajea mientras le cuento la historia en la cocina y se le mueven los rulos de la cabeza envueltos en una media velada. ¡No se burle de mi valiente! y se tira al suelo como siempre lo hace, cuando ya la risa le puede.



Rio San Marcos en familia - Pacífico Colombiano


Autor: Liliana González Reyes

Comunicadora Social / Empírica en Marketing / Escritora a ratos



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