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Foto del escritorcaligonzalez2

Piedras Calientes

Actualizado: 6 ago 2023


Sigo a Ortencia en silencio. Soy como su sombra. Pisando cada piedra que ella pisa. Poniendo mis alpargatas mojadas justo en las huellas que dejan sus pies fuertes y callosos. Ella sabe escoger las piedras sin filo y sin lama verde para evitar las caídas. Tengo que abrir las piernas como una tijera para igualar sus pasos. Lleva sobre su cabeza un pesado platón metálico lleno de sábanas, sostenido apenas por una toalla húmeda enroscada como una culebra. Hemos atravesado ya tres playitas y Ortencia no para de caminar. Mi mamá le dijo que lavara la ropa frente a la casa, pero ella sigue caminando desobediente río arriba. Yo la sigo muda con mi Barbie despelucada en la mano izquierda. Si no ha volteado a mirarme, es porque me volví invisible para ella.


La muy indigna se remanga el vestido casi hasta la barbilla para atravesar los charcos más profundos y con la otra mano sostiene la palangana, como si llevara una papaya. No le importa que se le vean todos los pechos sin sostén, lo importante es salvar la ropa. Por debajo del agua veo como entierra las uñas de sus pies en la gravilla del fondo y se impulsa fuerte para ganarle al río. Sus piernas son macizas como una plomada. Estamos a dos charcos de distancia del lavadero y escucho a lo lejos las risotadas de los niños. Ortencia empieza a caminar más rápido. Seguro por las ganas de fumar con la candela pa´dentro como sus comadres. Mi mamá detesta el pucho.


Llegamos al Charco de Chela y tenemos que brincar como saltamontes para no pisar la ropa que han puesto a secar sobre las piedras gordas y calientes. Es la playita más larga del Río San Marcos y las primas de Ortencia ya están sentadas cada una con su piedra, aprovechando el sol de la mañana. El mono, como le dice mi papá a ese balón candela. Adelina está sentada en la piedra con forma de batea que tanto le gusta a Ortencia. Le veo de inmediato ese gesto de iracundia que la pone tan fea. “Te dije” le dice. “Usted no dijo, no”. Y eso es lo único que tienen que hablar. Adelina se levanta escurriendo jabón por las piernas y lleva su platón lleno de ropa unos metros más abajo, estirando el pico como una musaraña.


Chelita es la mejor amiga de mi mamá que odia los sapos y las culebras. Ella dice que las víboras la miran directo a los ojos. Y tiene razón. Siempre es la primera en verlas. Cuando se resbalan de las peñas caen justo a su lado y salen despavoridas nadando en zigzag por encima del río. Los animales salvajes son los dueños de esta selva y nosotros solo venimos al Pacífico de vacaciones. Cuando llegamos a nuestro Refugio tenemos que empezar a desacomodarlos a punta de escoba. Barremos muy bien el polvo y también la cantidad de hormigas, arañas y ciempiés que se reproducen por toda la casa cuando no estamos. Revisamos con cuidado los colchones, porque a los ratones les gusta hacer nido entre las virutas de algodón. Mi papá camina prendiendo mecheros con petróleo por toda la casa, para espantar los murciélagos que regresan en la noche a buscar su sitio. Les gusta dormir boca abajo colgados de las tablas de nuestros camarotes. Al otro día amanecemos con las fosas de la nariz negras de humo por cuenta de los vampiros. Tal vez el animal más terco es la rana. Todos los días sacamos más de cien guarasapos del tanque de agua. Nunca dejan de reproducirse. Hacemos concurso con mis hermanos para ver quién pesca más renacuajos babosos y los regresamos a la vertiente que viene de la montaña. Se convierten en diminutas ranas negras, con un globo negro en la garganta que hace más ruido que un micrófono.


Me gusta esta playita, porque le corre el agua por ambos lados. Parece un hueso de pollo con dos horquetas. En la mitad se forma una colcha inmensa de piedras grises y terracotas, donde se acuestan a tomar el sol las mariposas con ojos negros en la cola. El lado de menos corriente es para las lavanderas. Ya Ortencia tiene el cigarrillo apretado en la comisura de sus labios y la ceniza caliente escondida en su paladar. Necesita las dos manos para golpear la ropa contra la piedra y luego zambullirla en las pocetas que han armado con sus propias manos. Me hace señas para que me vaya lejos del humo. Dejo a mi muñeca acomodada entre las sábanas y empiezo a caminar hacia el otro extremo de la playa. El lugar donde juegan los niños solos. El lado de los charcos más profundos.



Ilustración de Paulina Cala González. Pacífico Colombiano

Libro: El Desande

Autor: Liliana González Reyes

Comunicadora Social / Empírica en Marketing / Escritora a ratos



479 visualizaciones5 comentarios

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5 Comments


barrios.juliana
Aug 07, 2023

Me encanta me acuerdo de ese lugar yo fuí creo que cuando tenía 8 años que rico recordar esto! Que ilustraciones tan bellas!

espero la continuación!

Felicidades Lili!

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Hernando Reyes
Hernando Reyes
Jul 18, 2022

Me llevaste de nuevo, monita, y sentí la misma emoción de esos tiempos. Gracias.

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Jacobo Garces
Jacobo Garces
Jul 13, 2022

Me encantó! Estaré esperando con ansias el segundo capítulo.

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Tomas Leonardo Cardenas
Tomas Leonardo Cardenas
Jul 12, 2022

No sé aún por qué... pero me acordó del libro, "Las estrellas son negras" de Arnoldo Palacios. Tal vez ese ambiente del Pacifico. Me gusta mucho que estés escribiendo y así de bonito. Saludo especial.

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caligonzalez2
caligonzalez2
Jul 13, 2022
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Gracias Tomás por tus palabras y buscaré ya mismo ese libro que mencionas. Me interesa mucho. Cuando volví a leer con juicio llegó de nuevo el gusto por la escritura. Un fuerte abrazo.

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